Ya ha pasado el día de la huelga general, y ya ha comenzado el habitual baile de cifras: veremos cómo en las próximas horas y días el gobierno habla de escaso seguimiento de la huelga y de relativa normalidad mientras los sindicatos hablan de éxito total. Incluso se ve muy claramente cómo cada medio de comunicación barre para casa; para ejemplo, estos dos que siguen:
Público: “
La huelga ha roto la barrera del sonido. Los sindicatos le ponen "un notable alto" a la convocatoria y piden "reflexión" al Ejecutivo sobre una reforma que "es reversible"”.
ABC: “
El Gobierno, conciliador con los sindicatos tras el fracaso del 29-S. Zapatero y los sindicalistas se declaran su respeto tras una huelga general que no logró paralizar España a pesar de que los piquetes echaron el resto”.
Debo decir que estoy de acuerdo con muchas, quizás con la mayoría, de las críticas que se hacen normalmente a los sindicatos. Pero aun así creo que una huelga general era necesaria.
Porque Zapatero nos ha decepcionado. Dijo nada más llegar a La Moncloa: “
No os fallaré”. Pero sí, nos ha fallado.
Porque tanto el gobierno español, como el resto de gobiernos de lo que llamamos el mundo occidental, como la UE, como otros organismos internacionales, como las entidades financieras más poderosas, nos vienen diciendo que sólo hay una alternativa para salir de la crisis: atacar a los más necesitados, desmantelar el estado del bienestar, reducir los salarios de los trabajadores, abaratar el despido, etc. etc. etc...
Tras unos años en que banqueros, especuladores, inversores y tiburones financieros jugaron en el Gran Casino del capitalismo salvaje con el dinero de todos, ahora resulta que quieren, exigen, que las deudas de juego las paguen –las paguemos- los de siempre.
“
No hay otra salida”, nos dicen. “
No hay otra solución”. Y nos repiten una y otra vez, hasta el aburrimiento, que “
el estado del bienestar es insostenible”, que “
el sistema actual de pensiones es insostenible”, etc. Que nos toca apretarnos el cinturón, al fin y al cabo.
Y así pretenden justificar retrocesos inaceptables en los derechos de los trabajadores, de la ciudadanía, derechos que costó bastante tiempo conquistar. Quieren que vayamos hacia atrás, como los cangrejos.
Y pretenden también que echemos la culpa a otros, a los inmigrantes, por ejemplo, o a nosotros mismos porque, nos dicen, estábamos viviendo por encima de nuestras posibilidades. Esto nos lo están diciendo los mismos que se dieron el gran banquete, el gran festín, durante los años de crecimiento económico, y quieren que ahora seamos otros los que paguemos los platos rotos.
Y la mayoría de la ciudadanía, harta de la situación, enfadada, deprimida, se traga lo que le echen y dirige su ira hacia los inmigrantes o hacia los sindicatos. Divide y vencerás: eso es lo que están haciendo y consiguiendo los gobiernos, que riñamos entre nosotros.
Nos quieren hacer creer que no hay otro sistema económico posible que el capitalismo salvaje, y otra política que el neoliberalismo. Ante la presión de los mercados, de las instituciones financieras, de la UE, de Jean Claude Trichet, y de Wall Street, todos los gobiernos acaban cediendo: desmantelaremos el estado del bienestar, atacaremos los derechos de los trabajadores, recortaremos la cobertura de la seguridad social...
Y así, la democracia demuestra no ser tal, puesto que no son los gobiernos elegidos democráticamente por el pueblo los que tomas las decisiones, sino las instituciones financieras y los mercados. Es la dictadura del dinero, del capitalismo llevado a su versión más extrema.
La idea es que vayamos hacia un mundo cada vez más individualizado, más insolidario y egoísta, en el que se haga realidad aquella frase de Margaret Thatcher de que “
la sociedad no existe, sólo existen individuos”.
Mucho me temo que un giro radical en la política económica de España (o de cualquier otro país) necesitaría primero de algo mucho más profundo y complejo: una total redefinición o reestructuración de las relaciones económicas en el ámbito internacional, que tendría que ir acompañada, creo yo, de un cambio cultural y de mentalidad. Un mundo distinto, al fin y al cabo, en el que la economía, los beneficios, la productividad y el dinero estén al servicio del individuo, de la sociedad, y no al revés. Una sociedad mucho más justa y solidaria, en la que no se permita a banqueros o políticos jugar a la ruleta con el dinero ni el bienestar de los demás.Suena utópico, y sin duda lo es, quizás no lleguemos a verlo nunca, pero si queremos que la cosa cambie de verdad a mejor, de una vez por todas, probablemente sea necesario replantearnos en qué tipo de sociedad y de economía queremos vivir.
Os dejo aquí un enlace de una conversación sobre la huelga y la crisis entre el poeta Luis García Montero y el cantautor Joaquín Sabina, y que creo es bastante interesante e ilustrativa:
http://www.publico.es/dinero/338992/unica/huelga/inutil